Identidades ilustradas

(Mónica Romero Girón)

Alguna vez una persona a quien siempre veía de reojo en la oficina, pero con quien sólo había cruzado un par de palabras, me preguntó qué me gustaba, cuáles eran mis intereses. Sin dudarlo contesté: “Me gusta la literatura infantil”. A lo que él respondió: “Pero eso es tu trabajo, yo me refiero a tus gustos personales.” Me imagino que, en ese momento, como no me conocía de manera profunda, no pudo relacionar mi gusto por la literatura infantil como parte de quien soy, de lo que me gusta, de mi identidad.

En septiembre de 2019 recibí la invitación de la Asociación Mexicana de Ilustradores para participar en la mesa de inauguración de la ilustramdi. El objetivo: hablar de la importancia de la identidad desde la perspectiva de un ilustrador, un escritor y un editor, pero ¿qué es la identidad?

Si nos remitimos al Diccionario de la lengua española, de la rae, encontraremos que se consignan cinco acepciones para la palabra identidad. 

La primera que encontramos es: “Cualidad de idéntico”, y entre paréntesis viene a, es decir idéntico a. Esto significa que nuestro distintivo es tener las mismas características que otra persona, en algún aspecto o en todos. Por lo que, si pensábamos que tener identidad podía ser de alguna manera sinónimo de originalidad, con esta acepción nos damos cuenta de que podemos estar equivocados. Sin embargo, ésta nos ayuda a entender que, en algún momento de la vida, nuestras características pueden ser muy parecidas a los de otros. Pensemos un poco en cuando somos pequeños, somos mucho de los que vemos porque estamos conociendo el mundo, y una manera de comenzar a conocernos es imitando. Con el paso del tiempo nos vamos moldeando, somos como una escultura no terminada.

La segunda acepción dice: “Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás.” Mientras que para la primera acepción nuestra identidad puede consistir en tener las mismas características que otras personas, para la segunda es poseer peculiaridades que nos distinguen de los otros, ese sello que nos hace “algo diferentes” de los demás.

La tercera acepción dice: “Conciencia que una persona tiene de ser ella misma y distinta a las demás”. Es decir que debemos tener un conocimiento claro y reflexivo de nuestros rasgos, de quienes somos, de lo que nos hace diferentes. La palabra clave en esta definición es conciencia, pues podemos tener rasgos diferentes a los demás, pero si no somos conscientes de ellos, ¿cómo sabremos qué es lo que nos distingue? Pensemos en el trabajo del ilustrador, en principio todos saben dibujar, cada uno tendrá su estilo y técnica, pero ¿es esto lo que los distingue de los demás? ¿Qué ve un editor en cada uno de ellos? Si en una entrevista les preguntaran qué es lo que los hace distintos de los demás, ¿qué contestarían?

La cuarta acepción —la cual consigna que la identidad es el “hecho de ser alguien o algo, el mismo que se supone o se busca”— nos invita a reflexionar en la búsqueda de nuestra identidad, aunque resulta luminoso darnos cuenta de que mientras estamos buscando, ya lo estamos haciendo desde nuestra identidad misma, pues esta búsqueda ya nos las da. Como bien dice una amiga: “Quizá, aunque suene paradójico, la búsqueda de la identidad está dirigida por intereses mismos que ya provienen de la propia. Más allá de buscarla, a veces se trata de dejarnos guiar por ella y descubrirla en nuestros gustos, actos, talentos…”. Es la búsqueda de nuestro YO en la vida, que aún sin estar conscientes, siempre lo estamos haciendo. 

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La biografía de Roberto Innocenti, el gran ilustrador italiano, cuenta que cuando era pequeño le gustaba dibujar y que, de hecho, podía copiar bien los dibujos de otros, pero que un día él ya no quiso copiar sino hacer sus propias creaciones y entonces fue cuando empezó a encontrar su yo ilustrador. Y para encontrar algo debemos buscar, explorar…

No sé si fue coincidencia que empezara a leer esta biografía cuando ya tenía la invitación para esta mesa, pero este libro es un claro ejemplo de lo que puede dar a cada uno una identidad, una identidad ilustrada particularmente hablando. Más allá de una técnica y un estilo, es la vida misma, pues todo lo que vivimos se refleja en nosotros, puede ser desde lo que creamos hasta en nuestra manera de caminar. El cerebro es un gran almacén que, así como guarda también distribuye lo guardado. ¿Cuántas veces los ilustradores no van a sus recuerdos o estos vienen a ellos para ayudar a resolver una ilustración? Y la manera en que los expresan en su trabajo tendrán sus rasgos propios.

Pero todavía nos hace falta la quinta y última acepción que, aunque matemática, me fue de gran ayuda para armar el rompecabezas de identidad ilustrada: “Igualdad algebraica que se verifica siempre, cualquiera que sea el valor de sus variables”.

Dejemos a un lado lo de algebraica y tomemos: “igualdad que se verifica siempre, cualquiera que sea el valor de sus variables”. Cuando ya hemos encontrado los rasgos propios, que seguramente irán evolucionando en el transcurso de nuestra vida, pero que ya son propios y estamos conscientes de ellos, tenemos que estar verificando, comprobando que somos fieles a ellos, sin importar las variables. Y cuando estemos buscando nuestros rasgos distintivos, tal vez las variables nos ayudarán a hacerlo, pues pueden funcionar como retos.

Pero y entonces ¿a qué nos referimos con esas variables?

Entremos en materia, particularmente hablando dentro del campo de la edición, en una casa editorial nunca trabajamos solos, somos parte de un equipo para llegar a hacer un todo, en este caso, un libro, un libro ilustrado, un libro álbum. Cada uno de nosotros somos una variable para el otro y, por lo tanto, tenemos que asegurarnos que durante el tiempo que realicemos el trabajo que nos toca hacer —ilustrar, editar, escribir, diseñar— no debemos olvidar nuestros rasgos propios, pues cada uno de los miembros del equipo fue escogido precisamente por éstos y porque se pensó que estas identidades juntas lograrían dar una identidad al libro.

Con esto no quiero decir que no tomemos en cuenta al otro, por el contrario, debemos tenerlo siempre en mente, sin olvidarnos de lo que nos hace diferentes. Tomemos como ejemplo una orquesta. En ésta hay músicos y un director que la dirige. Cada uno de los músicos está ubicado de acuerdo con su potencia sonora. Frente a ellos tienen una partitura que les indica los tiempos de cada nota y sus silencios. El director de orquesta está al frente en donde tiene una mejor percepción de cada uno de los sonidos, coordina todos los instrumentos y da paso a cada una de las participaciones de los músicos. Además, posee un conocimiento vasto del campo de la música, tal vez no sabe tocar todos los instrumentos, pero sí reconoce el sonido de cada uno de ellos y cómo contribuyen a la pieza. Identifica las debilidades y fortalezas de cada uno de sus músicos, los puntos más críticos de las composiciones y hasta está encargado de resolver cualquier problema o desacuerdo entre los músicos para que haya armonía entre ellos y se refleje en la música. Sin embargo, no todos los músicos son parte de una orquesta, y quienes lo son ¿qué es lo que tienen que los hace diferentes ante los demás? ¿Cuáles son esos rasgos que los caracterizan que les dio la oportunidad de ser parte de una? Puede ser su técnica, la pasión que sienten al tocar, su capacidad de interpretación, de entender a cada uno de los compositores, de explorar las emociones que provocan cada una de las piezas —pues no es lo mismo tocar Mozart que Beethoven. Las cualidades de cada uno de los músicos hacen que la melodía se escuche de manera espléndida y logran que cada uno de los espectadores sientan las diferentes emociones que la música transmite.

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En un proyecto editorial, los músicos son los escritores, los ilustradores, los diseñadores, los correctores de estilo, mientras que el editor intenta ser el director de orquesta. Cada uno de nosotros tenemos nuestra propia identidad, rasgos que nos hacen únicos y que plasmaremos en los proyectos que ejecutemos en equipo. La técnica, el estilo, la interpretación para llegar a una narración en palabras o imágenes, la elección de los textos entre cientos que nos llegan al año, la concepción de los nuevos libros que queremos publicar, el compromiso que sintamos hacia ellos; todos estos elementos son los que darán una identidad propia a cada uno de los proyectos que trabajemos.

Después de que esta persona, quien atraía mi atención de manera tímida, tuvo mi respuesta sobre mi gusto por la literatura infantil comenzamos a platicar más. Así se enteró que me gusta leer, aunque no tengo una historia de haber sido una niña que leía mucho, pues mi familia estaba más interesada en otras artes y, por lo tanto, mi tiempo lo entregué a la danza, la pintura, el dibujo, la música, el teatro. Supo que no descubrí la literatura infantil hasta que estuve en la universidad estudiando la licenciatura en Lengua y Literatura Modernas Inglesas y que su “poca presencia” en las materias que tomé fue lo que me hizo querer saber más de ella, así que comencé a realizar investigaciones de manera personal. Descubrió que me gusta ir a exposiciones de ilustración, que siempre que viajo busco algo relacionado con la literatura infantil: la casa en donde vivió un autor, el bar con paredes pintadas por un famoso ilustrador, la librería especializada en literatura infantil… Conoció a mis amigos y se enteró de que la mayoría tenemos algo en común: el amor por la literatura infantil, desde el diseño, la ilustración, la edición, la escritura, la investigación, y que no sólo ella es parte de nuestra identidad sino que nuestra identidad misma la plasmamos en ella. Que todos nosotros somos afortunados en trabajar en algo que nos gusta, así como él es afortunado en hacer algo que le apasiona tanto —lo sé porque una plática nos llevó a otra hasta conocernos mejor…

Seamos fieles a nosotros mismos, a nuestros rasgos distintivos, sintámonos orgullosos de nuestras cualidades y hasta de nuestros defectos. No dejemos que las variables que nos encontremos en la vida nos opaquen, al contrario, tomémoslas como aliadas para brillar incluso más. Y cada vez que trabajemos en pro de una melodía, de un proyecto editorial, o comencemos una relación humana, evoquemos los primeros versos del poema de John Donne: “Ningún hombre es una isla entera por sí mismo. / Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo”. Y recordemos que es necesario que cada una de esas piezas tenga su propia identidad las cuales al unirse lograrán la armonía, pero no por sí solas, también necesitarán ayuda de trabajo, confianza y sobre todo amor, que siempre que esté presente podrá superar cualquier obstáculo. 

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Mónica Romero Girón estudió la licenciatura en Lengua y Literatura Modernas Inglesas (UNAM), así como, el Máster en Promoción de la Lectura y Literatura Infantil (CEPLI-Universidad Castilla La Mancha). Ha trabajado como gestora cultural, agente de ilustradores y editora. En 2016 recibió el reconocimiento de la Asociación Mexicana de Ilustradores por su labor como promotora de la ilustración. Actualmente es Coordinadora Editorial de Literatura Infantil y Juvenil en una de las editoriales más importantes en México, miembro de redes de promoción a la lectura, profesora de cursos y talleres de LIJ y es colaboradora del Blog ReLIJ-Ibero.

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